Opinión DelsioEvarGamboa
“Los políticos pueden aplicar la pena de muerte,
pero jamás autorizar el aborto” Cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI
Aborto no punible . . . ¿herejía o sentido común?
Dramático
caso de una joven mujer, víctima de la aberrante trata, violada y embarazada mientras
estuvo en cautiverio, y hecho público por la consabida irresponsabilidad de
Mauricio Macri antes de que se le practicara el aborto legal previsto en estos
casos específicos, con lo que se la sirvió en bandeja a la persecuta cavernaria
del fundamentalismo religioso. Un recurso de amparo presentado por una de esas
asociaciones ilícitas, impidió la intervención abortiva de acuerdo al art. 86
del Código Penal, que, a resultas de la acordada de la Corte Suprema, sienta
jurisprudencia para evitar la judicialización de los abortos no punibles. A
partir de ahí, la desdichada mujer para completar su calvario, fue pasto de las
fieras.
Pensar
que estas agrupaciones se autodefinen “Pro vida”. A esta altura, ¿habrá que
desconfiar de todo lo que empiece con
PRO?
Felizmente
y dando una nueva muestra de su ecuanimidad, el Supremo Tribunal puso las cosas
en su lugar y ordenó llevar a cabo la intervención.
Ahora
bien, sabido es que en la Argentina se practican mas de 700 mil abortos
clandestinos por año con un altísimo índice de muertes. No obstante, se
mantiene irresuelto el crucial interrogante que es el meollo de esta verdadera
problemática social: ¿Cuándo comienza la vida de un ser humano?
Por la genética se sabe que un embrión de 60 días, es más diferente de
uno de 150, que lo que lo es un lactante de un anciano. Helen Kaplan en “El
sentido del sexo” dice:
“Muchos colegas creen con la misma rotundidad e integridad moral, que un óvulo
fertilizado o un pequeño embrión no es todavía un ser humano, pues se trata de
una masa informe de células y tejidos que carece de conciencia y no siente
dolor físico cuando se interrumpe el embarazo”.
¿Por qué entonces la
Iglesia asegura que se trata de “vida humana desde la misma
concepción?”
El
Concilio de Viena -1312- sostuvo que el alma del varón se forma a los 30 días,
y el de la mujer a los 90 desde la implantación del óvulo. Hasta esos plazos se
permitía abortar. Sería muy interesante saber con qué fundamentos establecieron
tan discriminante postulado. En cambio, a partir 1869 la Iglesia afirma que el feto
tiene alma desde su inicio y lo respalda por medio de la teología: la virgen María fue inmune de todo
pecado desde la concepción, porque Jesús siempre tuvo alma . . .
No está mal que algunos fervorosos creyentes puedan aceptar esto como
verdad de fe. ¿Pero se podría presentar en un tribunal académico como verdad
científica?
Las
imágenes publicitadas en contra del aborto apelan a “golpes bajos”: embriones destrozados y fetos
martirizados. Tales imágenes no exageran:
el aborto es un acto brutal, -y eso que es el método argentino por excelencia-
más, lo real y concreto es que pese a ser ilegal, existe y cada día más se
practica, con lo que se demuestra fehacientemente el fracaso absoluto de esa
legislación represiva.
¿Pero, por qué no se muestra también cómo llega una mujer, sola y
desesperada, a la asistencia pública con una devoradora infección post-aborto
clandestino? El cuadro puede incluir fiebre, hemorragia, coma, pánico por la
denuncia policial, embolia, sentimiento de culpa, vergüenza y una inenarrable serie de
padecimientos.
El aborto, que hoy alcanza el 40% de los embarazos,
como cualquier tragedia, es terrible, ¡Pero
sucede! . . Es la primera causa de muerte en nuestra ginecología, y
representa más del 31% de los decesos por maternidad. El sentido común indica
entonces ya que es inevitable, que no se está a favor del aborto, sólo por una
cuestión de “liberalidad sexual”, para que la mujer “por deporte” se saque de
adentro un feto -no un niño, porque no tiene vida propia- como quien se saca
una cana y vuelva alegremente otra vez a las andadas, sino para que se realice
en indispensables condiciones sanitarias como corresponde y dentro de un marco
legal. Por supuesto que ello requiere la vigencia de una verdadera política de
Estado que contemple en forma integral, todos los aspectos de esta acuciante
problemática.
Su despenalización a la vez,
pondría fin a una perversa actividad que ha enriquecido a más de un
profesional inescrupuloso. Asimismo, aseguran los expertos, luego de una charla
con el médico y un especialista en la materia dentro de un ámbito de
contención, se podrían preservar muchos embarazos y la vida de la gestante.
Ello propendería además, a una racional planificación familiar, y en última
instancia a una mejor salud sexual. ¿Es tan herético este proyecto que ninguna
purgación canónica la podría expurgar?
Al respecto, dicen los
representantes de la Iglesia :
“Si la ley legaliza, ¿cuántas mujeres alegarán que fueron violadas para
poder abortar?”. ¡Sin comentario! . .
Y hay jueces “virtuosos”, -como
el que vimos hace poco- que imponen sus creencias por encima de la ley,
judicializando pedidos de aborto de mujeres violadas, basándose, -además de la
presión de grupos recalcitrantes- en consideraciones de Jean Rostand -biólogo
muy capaz, pero no genetista- conocido por obras de divulgación de la era pre
genética fundamentadas y basadas en ortodoxos criterios de la Iglesia Católica
para imponerlas a toda la sociedad por igual. Deben asumir de una buena vez que deben legislar para
todos y no para los seguidores de un culto.
¿Por qué la Iglesia se arroga el
derecho de inmiscuirse y juzgar la vida civil? ¿Y si esas mujeres en cuestión
no fueran católicas? ¿Por qué tanta gente que no le interesa ningún tipo de religión,
pero que tiene firmes principios morales y convicciones filosóficas alejadas de
creencias religiosas, debe acatar la obediencia legal que impone un dogma que
no profesa? . .
¿Por qué los enemigos del aborto legal, con mentalidad
retrógrada como los ultra católicos “Portal de Belén”, “Mujeres por la vida” “La
Sagrada Familia de Córdoba”, “Grupo Pro-vida” y tantos otros ultramontanos, patéticos
campeones de la fe, y últimos ejemplares de una beatuquería en extinción, rechazan la educación
sexual y los métodos anticonceptivos, viendo a la mujer únicamente como mero
agente reproductor de la
especie? . . ¿Cómo, si estos herederos del Santo Oficio abominan del aborto, que es la
consecuencia inevitable del embarazo no querido, condenan los métodos anticonceptivos
que son el único remedio efectivo para evitarlo?
Entre las miles de mujeres que recurren al aborto en forma clandestina con riesgo
de vida, -en su gran mayoría pobres- ¿no hay católicas? ¿En las clases altas y
acomodadas, ostentosamente creyentes, de comunión y profusa y asperjada
bendición dominical, ¿no se practican abortos ilegales? ¿O lo hacen solamente
las de clase baja?
¿Por qué muchos enemigos del aborto -Ratzinger dixit- abogan en cambio por
la pena de muerte?
El aborto eugenésico -interrupción del embarazo, cuando el feto presenta
alteraciones cromosómicas y defectos congénitos.- aprobado en
1921 por el gobierno de Irigoyen, fue derogado 37 años más tarde por la
revanchista “Revolución Libertadora”. ¿Quién propuso su anulación? ¿La Academia de Medicina y
Humanidades? ¡No! . . lo decidieron
entre el Ejército y la Iglesia. ¡Qué raro ellos
de acuerdo, ¿no?!
Ante
esta arbitraria situación impuesta por los jerarcas del clero, ¿Por qué no
existe de una buena vez, como en los países avanzados del mundo, la
imprescindible y sana división entre Iglesia y Estado, para acabar de una vez
con esa intromisión inaceptable?
Felizmente el actual gobierno,
sobre esta cuestión tiene un criterio muy diferente y atiende el decidido
clamor de una gran parte de la ciudadanía por un amplio debate nacional acerca
de este impostergable tema. Por lo pronto, -entre otras medidas- puso en
vigencia la ley de salud reproductiva que ha bajado considerablemente los
índices de abortos. Y, como no podía ser de otra manera, ello ha erizado la muy
susceptible epidermis de nuestra clerecía, ahondando aún más si cabe, la indisimulable
antipatía que devotamente le profesa.
Conclusión:
la planificación familiar en sus aspectos humanos y legales ya no puede tener
más dilaciones. Por más presiones eclesiásticas que acechen, por más
excomuniones e infiernos que nos profeticen y por más amenazas de bombas que
concreten sus grupos de choque, -aunque “defiendan la vida”- es hora de que por
sobre las sombras del dogmatismo, empiecen a prevalecer la luz del libre
albedrío, la libertad de conciencia y el sentido común.
Quede en claro que el análisis
de su realidad teológica de misterio, sólo corresponde a los creyentes y merece
el mayor respeto. No así en cambio, su comportamiento como “realidad sociológica de pueblo concreto en
un mundo concreto” según los términos de la propia Conferencia Episcopal
Argentina. Y se la cuestiona por su
influencia inaceptable en los asuntos de Estado. Dando plena razón a aquellos
que sostienen que en nuestro país realmente existe libertad religiosa . . .
¡Pero para un solo culto! . .
Mientras,
y hasta tanto no se de una respuesta definitiva -obviando las presiones que ya
conocemos- a este reclamo imperioso que nos coloque en este sentido a la altura
de los países civilizados del mundo -en Escandinavia se despenalizó y el aborto
cayó a cero- no nos queda otra alternativa que vivir bajo la beatífica
advocación de nuestros píos purpurados que tanto se desviven por mantenernos
puros y castos, nos bendicen, no nos dejan caer en la tentación y por si esto
fuera poco, nos libran de todo mal . . .
Laborde. Cba. Arg.